28 de mayo de 2008

La Habitación.

1.

“...son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas: en un rincón, en un papel o en un cajón...”

Aquel pequeño casete de los sesenta, casi sin pilas y con los botones remendados con cinta de embalar, dejaba escapar la canción de Serrat por un diminuto altavoz... adornado con una pegatina del “Che”... retumbando en las paredes, penetrando por detrás del papel y saliendo hacia el oscuro descansillo del motel.

Marcel, con los brazos detrás de la cabeza y las piernas cruzadas, estaba tumbado sobre un colchón ajado. Su mirada perdida hacia el balcón le permitía ver las luces de navidad que contrastaban con la tenue luz de la bombilla de aquella habitación.

Él no quería llorar pero el nudo seco en su garganta le hacía saber que estaba hundido; su alma, su cuerpo, su futuro, su habitación y todo, todo él estaba vació.

Sin trabajo, sin dinero, sin nadie a quien echar la culpa... sin nadie a quien echar de menos, ni que se acordara de él para enviarle una de esas tarjetas de navidad que acaban adornando fugazmente un rincón... sin ideas, sin posibilidad de reacción y sin nada a lo que aferrarse para sacar la cabeza fuera del agua.
Pensaba parra sí, “ ¿Cuánta gente estará en el mundo como yo?... deseando que pase el año, pero que rápido venga el otro y..otro y... ” ... mientras una lágrima le recorría zigzagueante la mejilla hasta perderse en su almohada, el mismo lugar donde se quedaban sus sueños.

Para él, su propia escena de un hombre triste y solo llorando en una habitación era algo habitual; lo había leído en novelas, visto en dramas de televisión y vivido en sus propias carnes más de una vez, pero pensar que no era el único, de una manera egoísta, le consolaba.

Recordó que sólo le quedaba una semana para tener que dejar aquel sucio motel, cerró los ojos, hundió la cabeza sobre la almohada y abstraído por sus pensamientos circulares se durmió... poco a poco, cuando el frenético ritmo de la calle se apaciguó y le dejó oír el goteo incesante de las gotas de agua que caían del mugriento grifo de su lavabo, como un reloj marcando los segundos.

En aquella habitación no había nada más que un armario sin puertas... una vida sin balcones.. una mesita de noche con los cajones sellados, una fotocopia de Madrid del siglo XVIII en la pared, cuatro ladrillos para sujetar la cama, una bombilla,... tres cucarachas en aquel lavabo con su peculiar tic tac... Marcel y mucho dolor....

Lycans

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pobre Marcel, cuantos sueños y lágrimas abandonados en la almohada q tendría q abandonar después; ni siquiera eso le quedaría, pq la almohada también era del motel no?
Saludos desde el Inframundo.